Terrible

brown eyes of scared young person
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Impactado, conmocionado, consternado… son algunos de los adjetivos que se me han venido a la mente para describir la impresión que el asesinato de las dos niñas de Tenerife a manos de su progenitor me ha producido, como a toda persona de bien.

La maldad del hombre no tiene límites… Sin lugar a duda, el más terrible de los monstruos se oculta en lo más recóndito del propio ser humano. Todos podemos ser a un mismo tiempo el doctor Jekyll y Mr. Hyde. Esta especie a la que pertenecemos es capaz de lo mejor y también de lo peor.

Un acto tan terrible y espantoso como el cometido por este tipo no es comprensible ni explicable para cualquiera que esté en sus cabales por muchas vueltas que se le dé. La psicología criminal nos proporciona teorías de todos los colores al respecto y normalmente todas esas teorías las aceptamos porque no nos queda otra que aceptarlas para seguir adelante. Hay veces en que creer que sabemos y entendemos lo que ocurre a nuestro alrededor se nos hace preferible para continuar aferrados a la ilusión de que mantenemos el control. Pero también llegan momentos en los que nos abatimos, se nos parte el alma y admitimos que ni sabemos ni entendemos absolutamente nada, que hay cosas que simplemente no pueden entenderse, y que hasta es mejor que sea así.

Puede que este parricidio, en efecto, se haya debido a un lance de enajenación sufrido por el autor de la atrocidad, porque a nadie le entra en la cabeza que un padre pueda llegar a cometer tan horrendo crimen.  Con todo, la única verdad desnuda, despojada de todos sus disfraces, es que al igual que hay gente de excelente condición en el mundo, y afortunadamente es mucha, la gran mayoría, también hay gente muy puñetera, muy hija de… puntos suspensivos. Aquello que dejara sentado Rousseau respecto a que el individuo es bueno por naturaleza y la civilización lo corrompe está claro que es producto de una voluntarista ingenuidad.

Todos podemos perder los papeles en un instante dado, en una situación de presión extrema, por supuesto, y dejarnos llevar por un arrebato, un impulso incontrolable, pero no todos reaccionamos de forma tan premeditada y retorcida, tan diabólica, para causar daño.

No dudo que el asesinato de Anna y Olivia sea un caso evidente de violencia de género, porque lo es, y como tal, parte de un problema social que se combate con campañas de concienciación, educación y leyes, mas no ha de olvidarse que es, sobre todo, consecuencia de la decadencia moral y espiritual en la que estamos inmersos porque perdimos de vista hace ya mucho valores que debían seguir siendo nuestros principales referentes. “Si los hombres son tan perversos teniendo religión, ¿cómo serían sin ella”, escribió Benjamin Franklin. Pues, si no me equivoco, creo que por ahí van los tiros…

Punto y seguido.

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