Indultos
Sí, formo parte de ese reducido porcentaje de españoles de fuera de Cataluña que -según las encuestas– está a favor de indultar a los presos del próces, si ello sirve para dar una solución satisfactoria al desafío soberanista.
Para superar pacífica y airosamente los conflictos políticos no existe otra alternativa que la del diálogo, y aunque haya quien se empeñe en sostener que no es así, el conflicto catalán ha sido y continúa siendo de naturaleza política. Lo demás es cuento.
Como reconocía el mismo Pablo Casado hace solo unos meses, la gestión llevada a cabo por el gobierno del Partido Popular a la hora de afrontar el reto independentista fue todo un desastre, y por desgracia todavía estamos pagando las consecuencias.
La derecha en este país –a las hemerotecas no hay más que remitirse– ha cabalgado siempre a lomos de los enfrentamientos con los nacionalismos periféricos, cuando ha estado en la oposición. No por el bien del interés general, sino por puro interés partidista.
Los que ya tenemos una cierta edad podemos recordar, por ejemplo, la que armaron los populares en 1993 cuando el Gobierno de Felipe González accedió a la cesión del 15 por ciento del IRPF a la Generalitat, a cambio de los apoyos de Convergencia i Unió. Y podemos recordar también cómo tres años más tarde, en 1996, Aznar cedía no el 15, sino el 30 por ciento de ese mismo impuesto, al tiempo que confesaba parlotear la lengua catana en la intimidad, sin ruborizarse ni una pizca, para convertirse en presidente.
El cinismo elevado a la enésima potencia. Una manera miserable de hacer política, rayana en el sabotaje, que se basa en ayudar lo menos posible, incluso colocar palos en las ruedas, cuando no se detenta el poder y se tiene mucha prisa por conseguirlo. Ya saben, la archimanida estrategia del “cuanto peor, mejor”. “Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”. La frase la acuñó Cristóbal Montoro aquel día aciago de mayo de 2010.
Es falso que los indultos a los separatistas encarcelados sean una vía para que Pedro Sánchez pueda mantenerse en la Moncloa. Si esa fuera su motivación, estoy plenamente convencido de que haría todo lo contrario y no adoptaría una decisión que, probablemente, va a tener para el PSOE un elevadísimo coste electoral.
PP, C’s y Vox hablan como si aquí no hubiera cita con las urnas cada cuatro años. Claman al cielo, sobreactuando, pero, en realidad, de puertas para adentro, seguro que celebran que el Ejecutivo de coalición, empeñado en solventar el marrón que sobre este asunto dejaran Rajoy y compañía antes de hacer mutis por el foro, les esté poniendo la cosa a huevo.
Punto y seguido.