Salvini

Un juez de Palermo, Sicilia, decidió el pasado sábado procesar al exministro de Interior italiano, y a la sazón líder de la ultraderecha en este país transalpino, Matteo Salvini, de lo que me alegro enormemente.

Es una excelente noticia para quienes defendemos el respeto a los derechos humanos y la dignidad de las personas por encima de cualquier otro derecho e interés. Y es también una estupenda y esperanzadora noticia para poder seguir soñando con el modelo de una Europa ejemplar como espacio de tolerancia, libertad y progreso

Seguramente, el neofascista milanés terminará librándose del castigo de la justicia valiéndose de alguna artimaña jurídica, de esas que están solo al alcance de los potentados, o gracias a uno de los resortes garantistas que pueda poner a su favor el sistema judicial del estado democrático en el que vive, a pesar de que la democracia parece ser que no es muy de su agrado, pero, aun así, estará bien que sufra el trance de enfrentarse ante un tribunal y que corra el riesgo más que merecido de ser condenado.

Pase lo que pase, este chulo de pacotilla, xenófobo y homófobo, metido a político y con menos luces que un neandertal –que me disculpen los neandertales por la comparación–, ya ha sido moralmente condenado, al menos por la gente de buena fe, que afortunadamente en este mundo es mucho más numerosa que la que tiene mala baba, y lo será también por el juicio de la historia.

Impedir el desembarco de los migrantes del buque de Open Arms en agosto de 2019 y no socorrerles, escurrir el bulto ante lo que era una emergencia sanitaria, fue toda una canallada, se mire por donde se mire, y no hay razón alguna que lo justifique, aunque haya quienes se empeñen en hacerlo tirando de argumentos falaces y de un cinismo que debería convertirse en toda una ofensa para quienes presumen de conciencia cristiana. Desentenderse de la suerte de un grupo de seres humanos hacinados y abandonados a su suerte en el mar, hombres, mujeres y niños, cuya única culpa es huir de la guerra y la miseria para intentar mejorar sus condiciones de vida, es una ignominia que no debería tener perdón de Dios…

Por el bien de la humanidad, convencido estoy de ello, a esta clase de tiparracos hay que pararles los pies.

Punto y seguido.

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