¡Ay, si Bertolt Brecht levantara la cabeza!

Esta semana me van a permitir que hable de libros. O, para ser más exacto, de los libros. Ese maravilloso instrumento para la transmisión de saber entre generaciones por el que un servidor siente una muy especial devoción. Lo hago aprovechando que estamos en verano y que en esta época del año se incrementa el cada vez más raro fervor por la lectura. Y cuando digo lectura, me refiero a lectura auténtica, esa que requiere atención, concentración, reflexión y, por tanto, esfuerzo.
Quiero, nuevamente, romper una lanza por la industria de las letras, y no porque me dedique a ella, como autor en mi caso, sino por la convicción más que asumida de que cuidar y promocionar este sector de actividad continúa siendo esencial para el desarrollo, el crecimiento y la prosperidad de las personas y de los pueblos, que, por cierto, no debería medirse siempre en términos única y exclusivamente mercantilistas.
A mí me parece estupendo que se ayuden a otros sectores de la economía, en particular aquellos que se consideran estratégicos porque generan riqueza y empleo y representan un porcentaje notable de nuestro Producto Interior Bruto. Pensemos en la fabricación y venta de automóviles, por ejemplo, o el turismo, que es nuestra industria nacional por excelencia. Pero echo en falta más apoyo público al sector editorial, incluidos los escritores, por supuesto, y también al de la cultura en general, si queremos evitar que el proceso de alienación y deshumanización al que nuestra sociedad se enfrenta sea imparable.
No digo yo que distopías como las profetizadas por Ray Bradbury en “Fahrenheit 451” y Aldous Huxley en “Un mundo feliz” vayan a imponerse a corto o medio plazo para desgracia de la humanidad –no soy pájaro de tan mal agúero–, aunque no sería de extrañar que para un futuro más o menos próximo, o más o menos lejano, el destino nos depare un desenlace similar.
A pesar de que hoy día probablemente se publica más que nunca, el libro en formato papel, tal y como lo conocemos, está condenado a desaparecer y ser reemplazado por el ebook –o séase, el libro en formato electrónico–, que no es lo mismo. Pero en tanto ese final inevitable llega, y culminamos el tránsito completo desde la Galaxia Gutenberg a la Era Digital, bien estaría que se hiciera algo más en favor de editores, libreros y creadores.
Desde que lo denunciara la banda ‘Golpes Bajos’ en aquella pegadiza canción de la década de los 80 del pasado siglo, nada, o casi nada, ha cambiado… (¡Ay, si Bertolt Brecht levantara la cabeza!). Siguen corriendo malos tiempos para la lírica.
Aun así, hay razones para ser optimistas y mantener la fe en el espíritu humano…
Punto y seguido.