La tercera ola de la pandemia

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Lástima que la tercera y trágica ola de esta pandemia de covid-19 que azota al mundo nos haya amargado la fiesta. (Iba a decir “aguado”, tirando de la rica y sabia colección de expresiones populares de las que disponemos en nuestra lengua castellana, pero me parece que es un término demasiado light y poco adecuado para calificar la que nos está cayendo). Me refiero, por supuesto, a la fiesta del nuevo año cuyo advenimiento todos o casi todos anhelábamos con la esperanza de dejar atrás la pesadilla que estamos viviendo.

Sí, el jodido coronavirus está causando estragos y la situación es altamente preocupante. Nos las prometíamos muy felices con la recepción de las vacunas y ahora que estas han llegado y que ya se están inoculando nos enfrentamos al peor de los embates acometidos por la enfermedad desde que saltaron las alertas allá por los meses de febrero y marzo de 2020, en particular aquí en Europa.

 ¿Quién se podía creer hace solo unos escasos meses que en Reino Unido o en Alemania –el modelo hacia el que desde España y otros países dirigíamos nuestras miradas con admiración– se batieran como se han batido récords y se produjeran como se han venido produciendo recientemente más de mil fallecimientos casi a diario?

La única y definitiva solución para vencer a esta pandemia es conseguir la inmunización de al menos el 70 por ciento de la población, como señalan los expertos, de los que, no sé ustedes, pero yo sí que me fío, entre otras cosas porque no queda otra que fiarse. De aquí a que eso ocurra, tenemos el consuelo, que no la tranquilidad, de que estamos avanzando en pos de ese objetivo, aunque sea más lentamente de lo que desearíamos, con muchas dificultades y dejándonos demasiadas bajas por el camino.

Entretanto, lo más importante es que todos seamos responsables, solidarios y respetemos las normas. Los test están muy bien, sí, pero no son la panacea, porque no son cien por cien exactos y porque no evitan los contagios. Ninguna sociedad se mantiene firme y supera los retos y las adversidades sin un alto grado de compromiso, unidad y sacrificio por parte de los individuos que la componen. La falta de luces, inspiración, juicio o acierto de nuestros dirigentes políticos es un factor determinante con el que, por desgracia, ha de contarse siempre, y más aún en unas circunstancias tan duras como las actuales en las que resulta muy complicado dar con la tecla, pero no puede servir de pretexto para que los ciudadanos no cumplamos con la parte que nos toca. Hacer lo correcto no depende de los demás sino, única y exclusivamente, de nosotros mismos, si queremos ser y sentirnos libres.

Después de todo, 2021 solo acaba de estrenarse, así que cabe, por tanto, ser optimistas y pensar que nos deparará también alegrías y sorpresas agradables. Suele decirse que lo más importante de toda partida no es cómo comienza, sino como termina. Y más aún si el final es feliz. Pues eso.

Punto y seguido.

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