El fenómeno de la migración, una vez más

La migración no controlada desde los países subdesarrollados o azotados por enfrentamientos civiles y bélicos se ha convertido en un problema con muy diversas caras para los estados de la UE desde hace décadas. Lejos de reducirse o contenerse, en los albores de este siglo XXI dicho problema se ha intensificado y agravado y tiene todos los visos de continuar en esa línea. De hecho, lo hemos vuelto a ver durante las últimas semanas con lo que está pasando, por ejemplo, en Canarias.
Los flujos migratorios desde África, Asia y América del Sur hacia el Viejo Continente han crecido y todo apunta a que tenderán a seguir creciendo, dado que la prosperidad y el bienestar que Europa ofrece son reclamos para seres humanos que huyen legítimamente de la pobreza, el hambre y la guerra. Del mismo modo que en siglos pasados las poblaciones europeas también lo hicieron. Aun a pesar de que hoy día seamos el centro de una pandemia mundial como la del covid-19, o tal vez precisamente por esto.
Es más, todos los estudios demográficos prospectivos que se realizan inciden en la necesidad de que estos flujos se mantengan para retrasar el envejecimiento de una población con tasas de crecimiento vegetativo negativo, para dotar de mano de obra joven el mercado laboral europeo y para sostener los sistemas de seguridad y previsión social.
La migración es un fenómeno que acompaña a la Humanidad desde los inicios de su deambular por este planeta y, por tanto, va a seguir acompañándola durante mucho tiempo, de manera que estaría bien no estigmatizarlo sino comprenderlo y abordarlo y tratarlo como merece. No se ha de olvidar que en la mayoría de las ocasiones detrás del tránsito de personas desde continentes del mal llamado tercer mundo a nuestro también mal llamado primer mundo hay dramas humanos que muchas veces rayan en la tragedia.
Es verdad que en las sociedades desarrolladas receptoras de migrantes se producen tensiones y desequilibrios, pero no es menos verdad que esto es así no por la inmigración en sí misma, la llegada de personas extranjeras de origen diverso, sino por los procedimientos administrativos y legales con los que se regula y, lamentablemente, por la desinformación y la visión sesgada que se divulga sobre el tema.
La adaptación, integración y aceptación del foráneo en los países europeos constituyen parte de un proceso que genera conflictos y que tiene, como es obvio, consecuencias socioeconómicas y culturales, pero vivimos una época en la que la multiculturalidad y la globalización, además de ser deseables, son imparables. A fin de cuentas, por mucha controversia que se alimente –la mayor parte de ella basada en presupuestos infundados– la realidad es que sin la contribución de los migrantes el progreso de los países occidentales no habría sido posible.
Punto y seguido.